viernes, 17 de septiembre de 2010

Leyenda de las despedidas

Sabia decir una vieja leyenda de pueblo que cuando una persona esta por morir comienza a despedirse, leyenda popularizada por tristes relatores que hacen eterno el último momento en vida del “finadito”. La manifestación mas común es la de andar haciendo asustar a la gente días previos a lo que será el abandono de la vida, otra actitud es la de hacer algo loco o simplemente algo que no haya hecho nunca, como el padre de un amigo que se saco muchas fotos tipo “carnes” y la regalo todos sus seres queridos, paso siguiente se dispuso a morir. Cuentan también que esta gente es la mas piola de todas frente a la muerte, no se le resiste, ni anda haciendo “alharaca” de que se va a morir y que se yo… una vez que el alma se desprende del cuerpo tampoco se dedican a andar tirándoles las patas a los sobrinos malcriados que alguna vez no le alcanzaron un vaso de agua. Por lo que se, la gente que se despide la llama a la muerte, no es que la muerte hace que uno se despida… sino al revés. Yo tuve un amigo, el mas bromista de todos mis compañeritos del jardín, el tenia como hobbie despedirse, algunos coleccionan flores, mariposas, figuritas, amores, a el le gustaba coleccionar citas frustradas con la muerte. Siempre andaba haciendo asustar a las viejas o haciendo cosas nuevas y desquiciadas, experimentando románticas despedidas; una vez lleno las calles con rosas rojas, aquel fue el día en que el pueblo por primera vez conoció otro perfume que no fuera el de la curtiembre. Recuerdo despertar y percibir un olor extraño y seductor en el aire, mi madre y otras vecinas chusmas decían: “para mi que este se esta despidiendo”.Otra vez en el medio de un acto patriótico al que asiste todo la población soltó cientos y cientos de globos de colores al cielo, cada uno llevaba el nombre de alguna persona querida, mi nombre estaba escrito en un globo de color rojo y el de mi madre en uno verde y así nos dimos cuenta que cada uno de los habitantes del pueblo estaba incluido en un globo. El intendente dijo por el altavoz: “Señoras y señores… este muchacho se esta despidiendo”, y todos nos miramos con ojos tristes asintiendo que pronto dejaría este mundo. Pero nunca sucedió nada, porque apenas la pálida sombra le acariciaba la espalda el volvía a la normalidad, dejaba de despedirse, y fueron cientos de veces las que burlo a la muerte, le encantaba convocarla y después reírsele en la cara una y otra vez. Sin dejarlo que se despidiera un día lo mataron, lo mato la policía que nada sabe de la muerte ni de la vida, ellos piensan que muriendo uno no esta mas. El pueblo volvió a la normalidad gris, no hubo mas despedidas, la gente sintió la ausencia pero el miedo fue mas fuerte… y el silencio. Hasta el bendito día de invierno en que una hermosa nieve bendijo a todos. Lasa calles se colmaron de viejos paseando lentamente su nostalgia, las familias sonrientes desde el mas anciano al mas joven se organizaban para armar muñecos de nieve , narigones, flacos, altos gordos, grandes, pequeños, todos simpáticos, hasta ví a uno que le habían puesto una zanahoria simulando ser su pene. En la hasta ví a uno que le habían puesto una zanahoria simulando ser su pene. En la plaza principal la fiesta era tremenda, un jovencito se escondía detrás de los árboles y cuando pasaba la policía les arrojaba con fuerza bolas de nieve con cascotes dentro. Los canas no sabían como actuar, hasta que uno disipo al agresor y comenzó a corretearlo, pero al llegar al centro de la plaza en donde gran parte del pueblo se reunía para declarar aquel día: “el día en que nevó por primera vez”. El policía reconoció el papelón de corretear al joven y al detenerse cómplice el piso escarchado hizo que este se resbalase y cayera de culo en medio de la multitud, que no hizo otra cosa que armarse en carcajadas contra el ridículo payaso de azul tirado en el suelo. Al terminar la masiva “risotada” un silencio nos invadió a todos, y sentimos la presencia de una sombra que se paseaba entre nosotros. Una vieja exclamo: “se esta volviendo a despedir”, y nadie hizo mueca alguna, pero mi madre me apretó la mano con fuerza, me alzo y me dio un abrazo que duro casi media hora, mi corazón latía con una velocidad impresionante al igual que el de ella. Aquella tarde supe que si esta leyenda es cierta, los valientes no dejan de despedirse nunca ya que no los mata ni la muerte.

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